Jesús hablaba con gran sinceridad a aquellos fariseos y a los que le seguían, ellos creían ser muy rectos pero eran desechados completamente por él pues, aunque sus obras eran llamadas buenas, en todo esto no había ni temor a Dios ni mucho menos amor, sólo se dejaban guiar por el ego y las vanidades.
Si no nos humillamos ante Dios, si no le reconocemos como nuestro Salvador y rey, entonces tampoco somos muy diferentes a aquellos hombres que incluso fueron llamados "sepulcros blanqueados" (Mateo 23:27), y si no somos rectos delante de Dios, entonces tampoco seremos dignos de ir a dónde él mora.
Reconozcamos a aquel que dió su vida en rescate de muchos, que digamos como el Centurión a los pies de la Cruz: "verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Marcos 15:30).