Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré (Juan 20:25).
Tomás quería ser convencido por su propio método, y no creyó en los discípulos cuando le hablaron acerca de Jesús resucitado.
No hay en nuestra lengua una palabra de incredulidad, ni pensamiento en nuestra mente que no sean conocidos por el Señor Jesús (Salmos 94:11); pero al Señor en su misericordia le plació que Tomás viera las pruebas de su resurrección (v.27), en vez de dejarlo en su incredulidad. ¡Qué gran ejemplo de nuestro Señor!, pues no debemos ser impacientes para con los que necesitan instrucción, más bien debemos soportar al débil (Romanos 15:1-2).
Esta lección es para todos. Si fuéremos infieles tenemos un consuelo, pues Él permanece fiel (2 Timoteo 2:13). Veamos a Tomás, el cual se avergonzó de su incredulidad y clamó: ¡Señor mío, y Dios mío! (v. 28).
Hermanos amados, la consecuencia de oír y leer el evangelio es creer, aceptar, y vivir la doctrina de Cristo y su testimonio (1 Juan 5:10-11). Por el contrario, si dudamos, nuestra vida como cristianos será limitada, cobarde, y sin convicciones.
El Padre quiere ayudarte en tu falta de fe, al igual que nosotros en tus dudas.
No dudes en acercarte.
Que Dios te bendiga.