Entonces la criada portera dijo a Pedro: ¿No eres tú también de los discípulos de este hombre? Dijo él: No lo soy. Juan 18:17
Simón Pedro niega a su Maestro. Los detalles han sido comentados también en los otros evangelios (Mt. 26:69-75; Mr. 14:66-72; Lc. 22:54-62).
¿Dónde había quedado aquella fidelidad hasta la muerte que había prometido a Jesús?, En un momento se desmoronó y negó al Señor, quizá por miedo a sufrir un trato como el que le estaban dando a su Maestro.
¿Y cómo podía decir que no conocía al Señor si había pasado con Él los años más hermosos de su vida?, ¿no lo había elegido como uno de sus discípulos y lo había enviado a predicar?, ¿no había subido con el Señor al monte y le había visto transfigurarse?, ¿no le había salvado de ahogarse en medio del mar de Galilea?, ¡Cuántos momentos entrañables juntos!, y aún así dijo que no le conocía.
En ese momento, negar cualquier relación con Jesús podía tener muchos beneficios temporales. Y aunque estamos considerando el caso de Pedro, tenemos que admitir que nosotros no somos tan distintos.
Todo esto llevó a Pedro a descubrir que era mucho más débil de lo que se había imaginado y lloró amargamente (Lucas 22:62). Este acontecimiento ha quedado plasmado en las Escrituras para nuestra propia edificación. Porque nosotros también estamos inclinados a pensar que somos más fuertes de lo que realmente somos. No lo olvidemos; la naturaleza caída del hombre es así de débil aun en el mejor de los hombres, y nadie debe considerarse lo bastante fuerte como para pensar que está libre de caer, o peor aún, juzgar al que cayó (1 Corintios 10:12). En lugar de confiar en nosotros, nuestra fe debe estar en el Espíritu que Dios nos ha dado, el cual no es de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.
(2 Timoteo 1:7). Tan solo veamos al valiente Pedro en el libro de Hechos (Hechos 4:9).