Si me amáis, guardad mis mandamientos.
Juan 14:15
La obediencia es un sello de la fe y el amor auténtico por Dios. Quienes son verdaderamente salvos, lo cual es solo por gracia, responderán invariablemente con una vida de sumisión y servicio. Los cristianos genuinos, con sus corazones regenerados y sus mentes renovadas (Ro. 12:2; Ef. 4:23), no pueden evitar reflejar
externamente quiénes son en su interior: nuevas criaturas en Cristo (2 Co. 5:17). A lo largo de todo su ministerio, Jesús recalcó constantemente que la obediencia caracteriza a todos los que creen para salvación. Jesús preguntó: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6:46). “Ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia” (Ro. 2:8).
El privilegio de Pablo mediante la Gracia de Dios era, “persuadir a todas las naciones que obedezcan a la fe” (Ro. 1:5; cp. 15:18; 16:26; Hch. 6:7). Jesús dará “retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Ts. 1:8). “Jesús vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (He. 5:9). Los elegidos se escogieron “para obedecer” a Jesucristo (1 P. 1:2), mientras que los no regenerados son “aquellos que no obedecen al evangelio de Dios".
Juan hizo hincapié en el vínculo inseparable entre el amor y la obediencia en su primera epístola:
"Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que
estamos en él (1 Jn. 2:3-5)".
"Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado (1 Jn. 3:24)".
"En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos (1 Jn. 5:2-3)".
Así, el Señor pronuncia estas palabras de promesa y provisión a los once discípulos y, por extensión, a todos los fieles. Aunque ya no estaría presente entre ellos de forma visible, no se quedarían solos. Jesús les prometió (y a todos los creyentes posteriores) que moraría dentro de nosotros, aclarando que el cumplimiento de esta promesa es para todo aquel que guarda su palabra.