Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.
Hechos 4:32
Como hemos estado analizando, la edificación de la Iglesia del Señor fue respaldada por el derramamiento del Espíritu Santo, esto conlleva a un sin fin de bendiciones, señales y promesas que estaban teniendo cumplimiento. Este testimonio de unidad, del cual leemos hoy, es también una evidente señal de aquella conversión sobrenatural que sólo puede ser originada por el Espíritu Santo (Juan 13:35), pues, cuando el Espíritu del Señor está en la vida del creyente, una de las bondades es que buscaremos el bienestar de los demás, podremos desechar todo deseo egoísta, y nos será muy fácil desprendernos de las cosas terrenales que no pueden ser eternas, sino materiales, pasajeras y vanas.
Sabemos que nuestra ciudadanía está en los cielos, y que sin duda, nada hemos traído y nada nos llevaremos.
Dejemos que ese sentir sea una realidad en nuestras vidas, busquemos las cosas Eternas...