26 Jul
26Jul

Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra,
Hechos 4:29



Los soltaron pues no hallaron ningún modo de castigarlos, pero antes de quedar libres fueron amenazados. Tal vez lo hemos vivido, o quizá lo hemos escuchado, pero, el efecto de una amenaza es poderoso, nos roba la tranquilidad, y nos encierra en una cárcel de desconfianza, nos hace sentir indefensos. Cuando la amenaza se apodera de la persona, la vida se convierte en una espera asfixiante, una vida que teme ser alcanzada por lo peor en cualquier momento.

No subestimemos las amenazas que recibieron los apóstoles, los que amenazaban eran aquellos que no mostraron compasión al participar con gran esfuerzo en la muerte del Autor de la vida (Hechos 3:15), es decir, aquellos hombres eran enemigos peligrosos.
Ante la amenaza de estos enemigos, los discípulos hacen una oración (v. 24), en aquella oración no piden mejores condiciones para poder realizar su labor de compartir el evangelio, no piden mayor seguridad, o un ambiente pacífico, la petición es impactante: "concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra" (v. 29), ellos pidieron valentía, pidieron valor para hablar.

Cuántas veces hemos regresado a nuestra habitación avergonzados, pues no fuimos capaces de hablar su palabra con valentía, y ni siquiera fuimos amenazados, nos atemorizó el "¿qué dirán?", nos limitó el ser víctima de la burla de los incrédulos, estos pequeños enemigos nos han derrotado en varias ocaciones.
Hermanos, si el miedo nos invade, la solución no es pedir un mejor ambiente para ejercer nuestra fe con mayor libertad, lo correcto es pedir que se nos conceda aquel valor que fue dado a los discípulos, y, levantemos la cabeza, ya que Dios no nos dio Espíritu de cobardía (2 Timoteo 1:7), pues hemos sido atemorizados y vencidos algunas veces, pero nos hemos arrepentido, y el Señor nos concederá más batallas.

Velad y orad.

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