Y estando presentes los acusadores, ningún cargo presentaron de los que yo sospechaba, sino que tenían contra él ciertas cuestiones acerca de su religión, y de un cierto Jesús, ya muerto, el que Pablo afirmaba estar vivo.
Hechos 25:18-19
Hoy, en este capítulo, leemos sobre la conversación de dos personajes terrenalmente importantes, que más adelante escucharían y verían el testimonio de un cristiano verdadero, nos referimos al apóstol Pablo.
Félix, Festo, Agripa II, estos personajes, seguramente tuvieron la oportunidad de ver a muchos hombres que fueron traídos a su presencia, y después de examinar sus casos, los declararon culpables. Ahora, Festo, manda que trajesen a Pablo. Pero, ¿cuál era la diferencia entre este "prisionero" y los que comúnmente eran traídos delante de estos gobernantes? Bueno, que por más que examinaran a Pablo, como lo hizo Pilato con Jesucristo (Mateo 27), no encontrarían alguna falta digna de condena.
Los judíos presentaron muchas y graves acusaciones, pero ninguna de ellas pudo ser probada (v. 7). Festo, en tanto a los asuntos que le interesaban al gobierno romano, estaba bien informado de cuales eran los cargos y pruebas que evidenciaban a un delincuente; y en el caso de Pablo, ninguno de los presentados aplicaba (v. 18).
Festo estaba seguro de que las acusaciones contra Pablo no eran un asunto grave. Lo acusaban de muchas cosas, pero en realidad las acusaciones eran contra su fe en Cristo, y por la esperanza a la que Pablo se aferraba fuertemente; esperanza que no estaba en contra de la Ley, ni tampoco de los profetas. Pablo tenía una convicción, la seguridad de quién era Jesús en su vida; él podía afirmar sin duda alguna que Jesús era el Cristo que había padecido y muerto, pero que también resucitó (Mateo 28:1-10).
Festo dijo: "…un cierto Jesús…”
Ni él, ni los judíos, pudieron conectar las Escrituras con el testimonio que Pablo dio sobre Jesús. Si nosotros hoy logramos entender, si hoy podemos afirmar que Jesús es el Hijo de Dios (Hechos 8:37), es solo por la gracia de Dios en nuestra vida; porque Él ha quitado la venda de nuestros ojos. Y aunque experimentemos contradicciones externas e internas en nuestra vida, nosotros sabemos en quién hemos creído y confiado; esa es nuestra certeza, nuestra esperanza y lo que nos mantiene en pie; porque el Dios en quién nosotros hemos creído, está vivo.