09 Sep
09Sep

Y como no le pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del Señor. 

Hechos 21:14


¿Cuál era esa voluntad?  La que el profeta Agabo había dicho (v. 10), y la que el apóstol Pablo ya había asimilado (v. 13).  Pablo, puestos los ojos en Jesús y en la eternidad, sentía más pesar por el llanto de los creyentes que por los padecimientos que le estaban esperando en Jerusalén. 

Si dejáramos que nuestro YO reinara menos en nuestras vidas, y confiáramos más en la soberanía y en las promesas de Dios, entonces nuestra actitud sería muy distinta ante las pruebas o tribulaciones que como Cristianos debemos pasar (Hechos 14:22). Dejaríamos de quejarnos por lo difícil que parece ser tal situación, de rogar que termine, o que no suceda (v. 12); más bien, recitaríamos gozosamente Santiago 1:2-4: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas,  sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna”.


Y tú, ¿con toda seguridad podrías decir: Hágase la voluntad del Señor?


        Aunque la higuera no eche brotes,

        Ni haya fruto en las viñas;

        Aunque falte el producto del  olivo,

        Y los campos no produzcan alimento;

        Aunque falten las ovejas del redil,

        Y no haya vacas en los establos,

        Con todo yo me alegraré en el SEÑOR,

        Me regocijaré en el Dios de mi salvación.

          Habacuc 3:17-18 [NBLA]

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