09 Sep
09Sep

Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía.

Hechos 16:14


Cuan triste es la condición del hombre pecador, camina sin dirección, está enfermo y perdido, pero él no lo sabe, y aunque se dé cuenta, no puede hacer nada para rescatarse a sí mismo de esa vana manera de vivir (1 Pedro 1:18). Su única esperanza es que alguien más lo voltee a ver, no cualquiera, sino alguien con la capacidad de ayudarlo, alguien que conozca mejor que él la raíz de sus males, alguien que no solo se compadezca, sino que le brinde una solución a su desgracia. Esta es la misericordia de Dios, la compasión que Dios nos muestra cada día, en favor del hombre que no puede buscar ni aun su propio bien. No hablo de un tipo de persona en especial, pues la palabra dice: “… No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios .” (Romanos 3:10, 11), ¿Qué sería del hombre sin la intervención misericordiosa de Dios? (Romanos 9:15,16).

El cristiano ha experimentado la misericordia del Señor; y al igual que Lidia, Dios hizo una obra en ti, abriendo tu corazón al mensaje de salvación. El tocar y convertir el corazón del hombre, es y siempre será una obra de la mano de Dios, no es que el hombre no hizo nada, sino que no podía hacer nada. 

Si hemos comprendido la misericordia, entonces nuestra vida refleja agradecimiento, y también humildad, pues, si comparamos nuestra indignidad con su gloria, y nuestra debilidad con su poder infinito, no queda más que decir: “… ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Salmos 8:4)


   El Señor les bendiga

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